jueves, 25 de octubre de 2012

Todos somos héroes anónimos

  ...decía una hermosa canción de Metrópoli, en la voz dulce de Isabel de Sebastián, mucho antes de que la reversionara Catupecu Machu. ¿Pero todos somos héroes anónimos? ¿O en realidad solamente hay algunos?  Con el Río de la Plata a las espaldas y la mañana despertándonos de a poco, nos metemos en la Avenida General Paz, una cinta de asfalto, bordeada de pasto, que en minutos nos deja ver: la sede del Club Banco Nación, la cúpula ocre y blanca de la Iglesia San Isidro Labrador, en Saavedra, la naciente de la Panamericana, Tecnópolis, el Parque Sarmiento, hondonadas de césped donde las familias apuran sándwiches, estaciones de servicio, corralones de materiales, los orígenes del Acceso Oeste,  bingos, monoblocks. Al rato, una colectora de la General Paz nos deposita en Villa Celina. Girar a la derecha, al llegar el cuarto semáforo y tomar Roosevelt, es la indicación.
  Roosevelt en La Matanza. Al menos de nombre, el ex presidente estadounidense atraviesa Villa Celina, con edificios de rejas verdes a su alrededor y kioscos metálicos de diarios y revistas. A unos cientos de metros de la colectora está el Club San Cirano. Pero si se gira a la izquierda, se encuentra un portón que dice “Club de Empleados del Banco Hipotecario”. Al caminar unos pasos y entrar al predio, aparece Pablo, remera blanca, pelo negro corto, con un chico de la mano, y dice: “Sí, acá es lo de Rugby Inclusivo”. Ya por abril habíamos mencionado ese proyecto, después de un mediodía en Vicente López. Para recordar esa historia, entrá acá.
   Nos acercamos a un quincho de paredes blancas. En la entrada, besos y saludos. De a poco, llegan chicos y madres, padres, hermanos o hermanas.  Todos los sábados, de 10 a 12, en este lugar, pibes con síndrome de Down y sus familiares participan de actividades recreativas que  incluyen nociones básicas y juegos relacionados con las destrezas que se necesitan en el rugby. 
   Stella vino con Tomás, uno de sus hijos. Mientras él comienza a formar una ronda con otros chicos, guiados por Pablo, el hombre de la entrada, y una música terapeuta,  Stella cuenta que es de Villa Madero y que vienen todos los sábados a la mañana a Banco Hipotecario. Ella hace mermeladas que están a la venta y que es una de las formas que tiene el grupo para financiarse. También recaudan dinero con la venta de chocolates que aporta otro papá. Los padres pagan 20 pesos por mes para solventar los gastos de comida. No hay otra exigencia económica.  “La cabeza de todo esto es Daniel”, dice Stella, y alude a Daniel Fernández, jugador de Hipotecario durante muchos años.

   Que aparece pocos minutos después, acompañado de su mamá, de uno de sus hermanos y de Joaquín, un hijo suyo por el que hizo nacer “Rugby Inclusivo”. Dice Daniel, sentado en uno de los bancos largos de madera, adentro del quincho: “Yo llevaba a Joaquín a la Fundación Bacigalupo, que hace un muy buen trabajo, para que hiciera deporte, pero quería que se sintiera parte de un club y que fuera algo más cerca, además de que lo conocieran los socios, los jugadores, la persona que está en la entrada del club. Y, volanteando por la zona y con la difusión y ayuda de Rugby Sin Fronteras, fuimos convocando gente”.

    Entre 20 y 30 personas, sumados adultos y chicos, comparten las actividades, incluidas dos jugadoras de hockey del club, como voluntarias.  Primero hay una parte recreativa; después, se comparten gaseosas y facturas. Y en tercer orden viene el entrenamiento de nociones de rugby. Así, los chicos forman un maul con sus padres, como se ve en la foto,  o practican pasarse la pelota.  Se acerca el mediodía y también los rayos del sol que caen verticales sobre todos.

  Tomás viene con sus padres; Lautaro, con su hermana Jimena; Joaquín, con Daniel, y sus tíos y hasta su abuela, que da una mano grande en el proyecto. Otro Tomás, con su mamá Stella, la mujer de las mermeladas. También están con sus familiares Agustín, Enzo, Elías, Martín, que se viene desde Don Torcuato, y muchos chicos más.
    Rugby Inclusivo ya  tiene más de un año de existencia. Han pasado cumpleaños, campamentos, idas a ver a Los Pumas, encuentros con All Blacks, partidos de rugby junto a otros chicos de Banco Hipotecario y Club Italiano. “Lo que sigue es seguir creciendo y sumando más chicos”, anticipa Daniel.
    Las risas de todos retumban en el quincho.  Hay abrazos, carcajadas, chistes, corridas. Las gaseosas se escurren de los vasos, las galletitas desaparecen de las bandejas. Signo de otros tiempos: en una foto enmarcada, colgada en la pared, aparece una formación de Banco Hipotecario de los ’80, en donde Daniel Fernández aparece como líder en la tabla de goleadores.  Ahora él está en ese quincho, con Joaquín y el resto de los compañeros y familiares de los chicos, en la organización, en los juegos, en la risa, con  la pelota ovalada que pasa entre muchas manos.
    De a poco, el encuentro de cada sábado comienza a terminar. Los chicos juntan sus cosas y se retiran, en auto, en colectivo, en remises. Cuando se van, caminan al lado de una canchita donde precalientan los jugadores de Banco Hipotecario, que están a punto de jugar un partido clave  ante San Marcos.  Pero esa es otra historia y hoy no es la que más importa...

2 comentarios:

  1. Hermosa descripción...ese es el verdadero espíritu del rugby. Felicitaciones a los organizadores y a los padres de los chicos que van allí todos los sábados.

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  2. muy bueno , me gusto el post, todos unos genios

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Tomémonos unos instantes para pensar qué se va a escribir. Mensajes agresivos, publicidades, chismes, van directamente a la papelera de reciclaje. Gracias.